Vacaciones 2008, parte 2
Llegamos al terminal de buses de Bariloche a las 22:30, pero aún era de día. Tomamos un taxi que nos llevó al hotel Bellavista (según el taxista era el más recomendable) y después de negociar un rato nos quedamos ahí. El hotel era antiguo, pero decente y ya no teníamos mucha energía como para andar buscando dónde dormir, más encima cargados con mochilas (aunque en plural suena a muchos). Luego fuimos a dar una vuelta por ahí, ya que estábamos en el centro de la ciudad.
Al otro día, después del desayuno, salimos a conocer Bariloche. Es una ciudad bastante turística y tiene un centro super comercial, es como la misma onda que la calle Valparaíso en Viña, pero con ochocientas cuarenta y ocho chocolaterías. El centro cívico es casi la única parte del centro que parece más antigua y es el típico lugar que sale en las fotos de Bariloche.
Después de dar unas vueltas y pasar por la oficina de turismo en busca de información, fuimos a la playa (de piedra, no de arena) y empezamos a ver dónde iríamos, porque no teníamos nada planificado. Así que lo primero que hicimos fue almorzar: la Andy y Santiago (que en esos días no tenía nombre) comieron Ciervo a la Cazadora y yo comí unos Tortelonis de Cordero en el Linguini. Mi plato estaba exquisito y el de la Andy prometía pero la carne de Ciervo la encontré seca, aunque tenía harta salsa seguramente para contrarrestar esa sensación.
En la tarde nos fuimos a conocer el Cerro Catedral, que queda a 17 km del centro. Tomamos un micro y ahí pude comprobar que los chilenos somos muy antisociales. Resulta que cuando íbamos en el micro yo escuchaba que dos jovencitas conversaban y conversaban... De repente una de ellas le dice a la otra "bueno, yo me bajo acá. Un gusto conocerte". Yo quedé plop!, porque se hicieron amigas en el micro. Eso en Chile no pasa muy a menudo, o mejor dicho, no pasa nunca... si con suerte la gente se mira en el metro o la micro.
Bueno, retomando el viaje, llegamos al Catedral y teníamos que subir en Telesilla hasta la confitería que había en la cima. Llegamos a la cima y yo no podía creer el paisaje que veía. Nunca me imaginé que desde ahí se podían ver las montañas, los lagos, los bosques, las nubes y el cielo tan lindo. Si van a Bariloche no pueden dejar de ver los lagos desde lo alto (creo que desde los otros cerros también se tiene esa vista). Hacía mucho calor, así que después del descenso fuimos a Playa Serena que parece que era la mejor playa... pero claramente éste es un destino invernal. Nos bañamos y tomamos sol unas horas y luego nos devolvimos a la ciudad. Pasamos a comer y la Andy se comió "el mejor Waffle de la historia" en el Cocodrilo's.
Al otro día fuimos a caminar por el otro lado de la ciudad y nos encontramos con una costanera muy bonita y una catedral espectacular hecha de piedra (lamentablemente muy rayada con spray). Fue una rica caminata. En la tarde fuimos caminando a Cerro Viejo, un cerro que estaba a 1 km. del centro. La gracia es que tenía telesilla, tobogán, confitería, bosque de arrayanes, bosque encantado de hadas y duendes, museo del ski, jardín botánico, etc, etc. Era muy chistoso, porque era un cerro chiquitito y como que todas estas cosas las habían puesto sólo para hacerlo más atractivo y justificar el precio de la entrada, que en todo caso era barata. Igual era chori el cerro. Tenía bonita vista, el tobogán igual era rico (aunque encuentro que Rodelbahn, del parque Mahuida, es mejor), el bosquecito de arrayanes era simpático, andar en telesilla siempre es una aventura (jaja) y con eso bastaba. ¿Para qué hacer un museo del ski mula y un bosque encantado desencantador? Bueno, igual la pasamos bien. Luego del cerrito teníamos que pasar a comprar chocolates (regalo indispensable después de visitar Bariloche), así que fuimos a una fábrica artesanal de Frantom's. Allí un guía nos enseñó el proceso (en esa fecha ya estaban haciendo los conejitos de pascua) y luego nos vendieron la pomada y compramos. Ricos, ricos los chocolates.
Nuestro paseo por Bariloche terminó con otro recorrido del centro, que me lo conozco como la palma de mi mano, ya que entramos a varias galerías buscando recuerdos y MÚSICA... En definitiva en esta ciudad me di cuenta que los chilenos somos unos antisociales y además que pagamos impuestos porque sí.
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